Archivos para julio 26, 2010

Y es esta mañana. Tal vez cuando escribo un e-mail a Jean Claude Izzo. Ya sabes, una de esas estupideces mías. Escribir a gente, de vez en cuando, a gente que no conozco, que no me conocen y a las que, evidentemente, les importa un comino lo que pueda decirles o no. Sí. A veces me da por ahí. Y entonces Jesús y yo le mandamos una pregunta al Papa (que no responde, y es que la pregunta era difícil: qué demonios pasa con el limbo, pues si se lo cargan ya nos dirán dónde nos encontramos tipos como Jesús y yo que siempre, siempre estamos en el limbo); o yo solito le mando una diatriba a Zapatero (pero desde la página de presidencia del gobierno me piden unos datos que cuando ya he rellenado y voy a enviar, el navegador me advierte que esa página no es de fiar; me lo temía); o yo solito que le escribo a Obama y desde entonces no para de mandarme mensajes (me felicita el año nuevo, el 4 de julio, me habla de Ted Kennedy o del programa de salud pública que defiende…, y siempre me pide dinero. Joder: que el presidente de la llamada nación más poderosa del mundo te pida un donativo me hace muchísima gracia). Bueno, pues hoy tocaba escribirle a Izzo porque había terminado su trilogía con Fabio Montale como protagonista (ver post de esta mañana) y quería despedirme de Fabio, un tipo que me cae simpático y al que en algunas cosas creo parecerme (en que es un chapuzas sentimental, por ejemplo).

Y sí, tal vez haya sido eso, el decirle adiós a Fabio y entonces… Entonces emerge la canción. Yo tenía preparada otra, pero cuando estoy nadando, solo, en un mar que sigue siendo musical y tierno, escucho el rumor de Evr’y Time I say Goodbaye. Hermosa canción. No buscaba esta versión, pero no he encontrado la que buscaba.

Sí. Es así. Cada vez que se dice adiós, uno se muere un poquito. Demonios, he de confesarlo. Estoy nadando pensando en la canción y de repente me digo que en España tenemos nuestra propia versión. Sí, aquello de algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Ya ves. Versión cine de barrio o versión terciopelo azul.

No puedo evitar sentir que este es un verano en el que el adiós sobrevuela las horas, los días. Por ejemplo debo aprender a decir adiós al enterrador. No es fácil. Pero imagino que habrá otros adioses que serán más de morirse un poco. Ahora recuerdo una metedura de pata. Cuando te paso esa canción de Jane Birkin (que no es de ella, por cierto), Comment te dire adieu. Y tú que me preguntas si es que estoy buscando la manera de decirte adiós. Mierda. Ya lo decía el vienés intempestivo: si uno quiere decir algo y no arriesgarse a ser malinterpretado, lo mejor que puede hacer es dar un paso adelante y callarse.

La canción es bella. La canción tiene ese puntito de ternura, de tristeza, de sentimiento a flor de piel que uno no puede evitar pensar que muchas veces a lo largo de su vida ha sido así.

Qué mejor que un Coltrane, a seis años de decir adiós prematura y definitivamente y dejarnos un poco más solos (yo tenía sólo 10 años cuando él murió y no sabía entonces que ya me estaba empezando a faltar alguien), para inyectar en el viento de esta tarde, mientras veo un mar azul salpicado de velitas blancas, una hermosa canción del gran Cole Porter.

Everytime we say goodbye
I die a little
Everytime we say goodbye
I wonder why a little
Why the gods above me
Who must be in the know
Think so little of me
They allow you to go

When you’re near
There’s such an air
Of spring about it
I can hear a lark somewhere
Begin to sing about it
There’s no love song finer
But how strange the change
From major to minor
Everytime we say goodbye

There’s no love song finer
But how strange the change
From major to minor
Everytime we say goodbye

SOLEÁ, UN LIBRO

Publicado: julio 26, 2010 en Reflexiones en voz alta

¿Existe algún escritor sueco que no se dedique a la novela negra? Parecería que no, al menos por lo que los estantes de novedades de las librerías, las páginas de libros de los periódicos, señalan. El fenómeno sueco. Pero no voy a escribir sobre suecos de verbo negro. Sí sobre novela negra, y más en concreto sobre la última que he leído: Soleá, de Jean Claude Izzo.

Pero antes un pequeño pórtico sobre las modas. Que la novela negra está de moda es algo más que evidente. Y sí, que algo se ponga de moda tiene sus consecuencias positivas. Podrás encontrar una abundante oferta de productos. Subrayo lo de productos porque entre otras consecuencias negativas, la moda tiene una que es altamente perjudicial para la salud: convertir todo en producto, en mercancía. Y en la era del consumo masivo e indiscriminado, de ese consumidor voraz que sólo quiere más y no le importa demasiado la calidad de lo que consume, hay que saturar el mercado, hay que poblarlo de productos y más productos, mercancías que puedan atrapar a ese consumista compulsivo que nunca estará satisfecho si no se le promete más.

Esto hace que muchas de las novelas que amueblan las repisas de novedades para entrar en ese circuito de alta velocidad que nos lleva del libro al libro de bolsillo en apenas un instante (salvo que el autor sea un best seller o ya esté consagrado por la crítica y entonces su cotización sube y entonces el viaje hasta el libro de bolsillo se dilata), sean productos de ocasión. Y sí, es cierto, me dirás que los productos de ocasión no tienen que ser necesariamente malos; pero tú y yo sabemos que en los mercadillos y en las plantas de oportunidades y gangas, la ocasión suele ser una excepción. Novelas negras escritas desde lo que a simple vista sería un respeto sagrado por los códigos del género; pero que a la postre suele ser una falta de creatividad que conduce a los autores en pos del éxito editorial a usar las fórmulas rituales convirtiendo casi siempre esos códigos en simples tópicos. En el caso de la novela negra la lógica del mercado se suma a un prejuicio que, ahora maquillado, parece ser difícil de erradicar. La novela negra es un género fácil. Dicen. Tan fácil que para muchas mentes sesudas les cuesta aceptarlo como género literario mayor. Escribir una novela negra, piensan, es coser y cantar. Un poquito de aquí, un poquito de allí y ya está. Personajes que no has de inventar, tan sólo debes usar uno de los modelos que están a tu disposición. Tramas que tienes que procurar, tan sólo, ponerlas al día y darles un poquito de chispa; pero no te preocupes, la gente, acostumbrada a series televisivas de policías en las que capítulo tras capítulo, temporada tras temporada las tramas se repiten, los finales son fáciles de adivinar, etc., no va a pedir demasiado. Son poco exigentes los lectores de novela negra, dicen. Sólo les importa el entretenimiento.

Ah, la moda. Lo malo de la moda es que logra pervertir el horizonte que animó a quienes soñaron con ser modernos, de verdad, con una Modernidad como proyecto. Lo nuevo convertido en mera novedad.

La novela que acabo de leer, Soleá, es novela negra; pero está escrita antes del boom. Data de 1998, aunque en España ha tenido que esperar a 2005 para ser editada. Su autor, Jean Claude Izzo, no es sueco. Es francés, pero uno de esos franceses peculiares, hijos de la inmigración: su padre era un camarero italiano; su madre, una costurera española. Así, en la obra de Izzo, al menos en lo que conozco, la trilogía que se cierra con Soleá, lo italiano, más que lo español, está presente. Como está presente la mirada de ese que se sabe un otro. Francés, pero otro.

Y sí, también en ella uno encuentra, de vez en cuando, el tópico, el lugar común usado como clave de género, pero es fácil perdonarle esto por el sentido global de la obra. Una obra que cierra una trilogía que tiene como nexo un personaje protagonista, un perdedor, alguien que se parece a ese Sueco de una película de cine negro cuyo título, en este momento, se me escapa. Maldita edad. Pero también está la ciudad, Marsella, que no es un simple telón de fondo para la acción. Marsella es la otra gran protagonista de la novela. Marsella y su decadencia. Marsella mestiza. Marsella contradictoria: Frente Popular y cités pobladas por voces del norte de África que se mezclan con sonidos venidos de Italia o de España. Marsella, y viejos militantes comunistas fieles a unos principios que están más allá de los muros que se caen. El Sur del Norte.

A través de la vida de Fabio Montale, ex delincuente juvenil sin vocación; soldado de fortuna en África; policía justo que acaba vomitando su fracaso que es el fracaso del sistema, un sistema podrido, corrupto,vendido, mafioso, y que termina como simple perdedor que arrastra su devenir entre muertes, luchas, ideales, sueños, amor, soledad… Pero las tres obras de esta trilogía, aunque especialmente la última, son también obras corales pobladas de personajes que viven en la ternura y en el desengaño, en la tristeza digna y en la permanencia de unos ideales.

Jean Claude Izzo, militante comunista, se sitúa en una de esas líneas maestras del género. Ser denuncia. Y en este caso la denuncia tiene un marcado sesgo político. ¿Podría ser de otra manera? La Mafia, sí. Todas las mafias, sí. Pero sobre todo quienes permiten que ese arácnido pútrido y venenoso se extienda sin problemas, se convierta en el símbolo de la globalización más pura y más dura. Y la justicia dividida entre quienes sí quieren combatir este cáncer de un tiempo decadente (y entre ellos aparece Garzón, sí, el superjuez estrella puede apuntar en su hoja de servicios el aparecer en Soleá, como un cameo de película) y los que se han vendido. Y la policía, instrumento ciego al servicio de quien manda. Y el poder político. Vendido más que rendido.

En Soleá, sobre todo, hay más. Están las reflexiones en torno al amor. Soleá como tratado sobre el amor y el desamor. Como en las otras novelas podía ser la inmigración y la trampa de la integración o el ataque sistemático a una ciudad que ya está siendo vencida: signo inequívoco de la victoria de un mundo feo, sin principios, sin valores. Como estoy seguro de que dedicaré algún post más a la obra de Izzo, a algunos aspectos concretos de esta obra, voy a terminar aquí esta entrada.

Soleá. ¿Has escuchado la canción de este título interpretada por Miles Davis? Búscala. Escúchala. Lo que leerás, si te adentras en la obra de Izzo, es eso que está sonando. Ah, en este caso el orden de los factores es importante, así que empieza por la primera, sigue por la segunda y espera al desenlace en Soleá.

Primer paso: Total Khéops.
Segundo paso: Chiourmo.
Tercer paso: Soleá.

Fabio Montale ya forma parte de mi memoria, de mi historia, de la sombra del nómada que nunca he sido.