Y es esta mañana. Tal vez cuando escribo un e-mail a Jean Claude Izzo. Ya sabes, una de esas estupideces mías. Escribir a gente, de vez en cuando, a gente que no conozco, que no me conocen y a las que, evidentemente, les importa un comino lo que pueda decirles o no. Sí. A veces me da por ahí. Y entonces Jesús y yo le mandamos una pregunta al Papa (que no responde, y es que la pregunta era difícil: qué demonios pasa con el limbo, pues si se lo cargan ya nos dirán dónde nos encontramos tipos como Jesús y yo que siempre, siempre estamos en el limbo); o yo solito le mando una diatriba a Zapatero (pero desde la página de presidencia del gobierno me piden unos datos que cuando ya he rellenado y voy a enviar, el navegador me advierte que esa página no es de fiar; me lo temía); o yo solito que le escribo a Obama y desde entonces no para de mandarme mensajes (me felicita el año nuevo, el 4 de julio, me habla de Ted Kennedy o del programa de salud pública que defiende…, y siempre me pide dinero. Joder: que el presidente de la llamada nación más poderosa del mundo te pida un donativo me hace muchísima gracia). Bueno, pues hoy tocaba escribirle a Izzo porque había terminado su trilogía con Fabio Montale como protagonista (ver post de esta mañana) y quería despedirme de Fabio, un tipo que me cae simpático y al que en algunas cosas creo parecerme (en que es un chapuzas sentimental, por ejemplo).
Y sí, tal vez haya sido eso, el decirle adiós a Fabio y entonces… Entonces emerge la canción. Yo tenía preparada otra, pero cuando estoy nadando, solo, en un mar que sigue siendo musical y tierno, escucho el rumor de Evr’y Time I say Goodbaye. Hermosa canción. No buscaba esta versión, pero no he encontrado la que buscaba.
Sí. Es así. Cada vez que se dice adiós, uno se muere un poquito. Demonios, he de confesarlo. Estoy nadando pensando en la canción y de repente me digo que en España tenemos nuestra propia versión. Sí, aquello de algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Ya ves. Versión cine de barrio o versión terciopelo azul.
No puedo evitar sentir que este es un verano en el que el adiós sobrevuela las horas, los días. Por ejemplo debo aprender a decir adiós al enterrador. No es fácil. Pero imagino que habrá otros adioses que serán más de morirse un poco. Ahora recuerdo una metedura de pata. Cuando te paso esa canción de Jane Birkin (que no es de ella, por cierto), Comment te dire adieu. Y tú que me preguntas si es que estoy buscando la manera de decirte adiós. Mierda. Ya lo decía el vienés intempestivo: si uno quiere decir algo y no arriesgarse a ser malinterpretado, lo mejor que puede hacer es dar un paso adelante y callarse.
La canción es bella. La canción tiene ese puntito de ternura, de tristeza, de sentimiento a flor de piel que uno no puede evitar pensar que muchas veces a lo largo de su vida ha sido así.
Qué mejor que un Coltrane, a seis años de decir adiós prematura y definitivamente y dejarnos un poco más solos (yo tenía sólo 10 años cuando él murió y no sabía entonces que ya me estaba empezando a faltar alguien), para inyectar en el viento de esta tarde, mientras veo un mar azul salpicado de velitas blancas, una hermosa canción del gran Cole Porter.
Everytime we say goodbye
I die a little
Everytime we say goodbye
I wonder why a little
Why the gods above me
Who must be in the know
Think so little of me
They allow you to go
When you’re near
There’s such an air
Of spring about it
I can hear a lark somewhere
Begin to sing about it
There’s no love song finer
But how strange the change
From major to minor
Everytime we say goodbye
There’s no love song finer
But how strange the change
From major to minor
Everytime we say goodbye